Magicomora, por David Urbión
Situarse ante el trabajo se Sergio Mora requiere aceptar una serie de premisas. En primer lugar se ha de reconocer que nos encontramos frente a una obra compleja, terriblemente rica en matices e imbuida por una simbología propia que rechaza cualquier tipo de lectura superficial. Después hemos de considerar el hecho de que dicha obra parte del ámbito de la ilustración pero que, debido a su densidad, logra trascenderla, desdibujando sus fronteras, y termina por abarcar terrenos como el de la pintura sin olvidar por ello su punto de origen.
El trabajo de Sergio es orgánico, funciona como un elemento vivo. Los personajes y las escenas que componen sus ilustraciones son un reflejo de cualquiera de nosotros. Es aquí donde comienza la magia, delante de él formamos parte de un espectáculo que nos convierte en espectadores protagonistas, aspirando a transformar nuestro interior. No importa el territorio hacia el que se enfoquen sus ilustraciones, sencillamente funcionan porque reconocen a susu respectivos obsevadores. Sergio se muestra elocuente, porque pinta un conjunto de cosas que nos resultan familiares, recordándonos que alguna vez albergamos el sentido de la magia.
Un análisis formal de sus acrílicos nos transporta a un mundo colorista, de figuras que navegan entre lo cirquense y lo onírico. Figuras que saben bien lo que quieren decir y tienen claro como transmitirlo. La factura técnica de su trabajo resulta impecable, las escenas se perfilan con un trazo limpio, que facilita su visión y permite que la mirada se deslice suavemente por los elementos que las componen. Su estilo es reconocible, sencillo, mientras que el mecanismo de significados es harina de otro costal.
Al ilustrador no le basta con contar con más de quince libros publicados en su haber. Tampoco se conforma con haber expuesto su obra alrededor de todo el mundo o haber conformado un lenguaje que funciona perfectamente en distintos ámbitos, no. Sergio quiere llegar a todos nosotros, brindarnos con su toque mágico, permanecer en nuestra retina y llevarnos a ese lugar íntimo, oculto y maravilloso, donde nuestras diferencias reconocen al fin su inexistencia.